Los poetas de mi generación, cuando éramos jóvenes e inexpertos, creíamos que la poesía consistía en coger muchas palabras raras y juntarlas en un galimatías, como un pintor que trata de emular el abstracto sin comprender el significado de la abstracción. 

Es lo que habíamos visto en la generación anterior pero es que los poetas de la generación anterior, los poetas de los cincuenta, tenían un problema. 

En los años cincuenta, España sufría una censura. Todo lo escrito y publicado pasaba por un censor así que los poetas (posiblemente los únicos que podían) usaban un lenguaje tan enrevesado y con tanto simbolismo, que así podían decir lo que querían decir sin ser censurados. 

Por eso los poetas de los ochenta seguíamos haciendo lo mismo por inercia, no por experiencia. 

Yo empecé a comprender la poesía gracias a Benedetti, el poeta de lo sencillo, y a viejas canciones latinoamericanas de los años 70. 

Si en España ocultábamos las verdades para pasar por el filtro, en América Latina había una necesidad imperiosa de gritar a los cuatro vientos las injusticias. La canción-protesta se puso de moda («usted, no es ná, ni es chicha ni limoná, se la pasa manoseando, caramba samba su dignidad»).

Así que, a diferencia de mis compañeros poetas, yo aprendí la belleza del artificio de la poesía de los 50 mezclada  con la belleza de la sencillez de la canción-protesta.

Una de esas canciones hermosas, con una belleza incalculable, que significa mucho más que lo que quiere decir, es una canción de Victor Jara que se titula «El cigarrito». 

Es una simple historia de un hombre que se entusiasma porque llega el momento de su mayor placer y va encender un cigarro. Por la letra deduces que el hombre no tiene grandes cosas, es pobre pero sí tiene algo… este momento de auténtico placer que pretende disfrutar. Es una llamada a la vida, al presente, a vivir seas lo que seas, tengas lo que tengas, vivas lo que vivas. Es una reivindicación a la felicidad más sencilla. 

Me gusta porque yo me siento igual por las mañanas cuando me levanto y me preparo mi café, enciendo el ordenador y, mientras arranca esta lenta máquina, yo doy gracias por todo: por mis alumnos, por mis lectores, por los que me apoyan en mi proyecto…  y cuando he terminado, es el momento más feliz del día, el momento de escribir. 

A veces gano más dinero con mis libros y mis formaciones, otras veces gano menos, a veces alguien se inscribe, a veces no… pero yo no pierdo, yo gano cada segundo de mi vida porque conseguí dejar de ser esclava en un trabajo odioso y me regalo momentos «cigarrito» a diario.

Es un riesgo, no es seguro, nada lo es… pero sí hay una cosa cierta: eres feliz.

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