Soy mu blandica.

Eso quiere decir que no me gustan los chistes soeces, groseros, hipersexualizados ni violentos.

Por eso tengo una colección de chistes cursis, inocentes, horteras y malos como el que te voy a contar hoy. 

Resulta que en las afueras de un pueblo que llamaremos Rabanilla del Cohorte había una cueva por la que nadie quería pasar.

¿Por qué? 

Muy sencillo, escuchaban voces. 

No siempre, pero a veces, se escuchaba una voz grabe decir «el que entraaaa no saaaleeee». 

Entonces se jiñaban y se iban corriendo. 

Pero un día llegó al pueblo un extranjero que no sabía de la misa la mitad y que quería vivir una experiencia mística en una casa rural.

Fue a dar un paseo y pasó por la susodicha cueva.

Escuchó la voz:

«¡El que entra no saaaaleeee!»

Movido por la curiosidad, decidió entrar y cuando lo hizo…

resultó ser un labrador que, para que no le molestaran, se adentraba en la cueva a comer su potaje de garbanzos.

Garbanzo que entraba… no salía.

(Eso que se creía él,  porque los garbanzos bien que salen a las pocas horas y además anunciándolo a trompeta bastante tiempo antes). 

¿Y por qué te cuento esto?

Pues muy fácil.

Porque la gente que entra en la Formación Continua de Trebolarium, no suele salir. Tengo una tasa de abandono muy baja. 

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