Todos los adultos que conozco llevan en su corazón un adolescente herido. Es la época más complicada de las personas. En esos años somos como tortugas recién salidas del cascarón que, aparentemente parecen formadas, pero cuyo caparazón es blando y vulnerable todavía. 

Miedo

La mayoría de los adultos no saben tratar con adolescentes. Se trata de niños con fuerza de hombres y por tanto algunos les temen. Debido a ese temor cometen errores educativos imperdonables intentando ser muy autoritarios o todo lo contrario.

Por ello, los adolescentes se convierten en un blanco fácil de críticas, de exigencias, de burlas… y cuando toda esa bruma de supervivencia desaparece, porque la vida acontece con nuevos retos, llevan sus heridas consigo hasta que un día entienden que tienen que hacer algo con esas heridas porque están conformando de una forma injusta toda su existencia.

“Como fui víctima de acoso en la escuela, pienso que nadie puede quererme y todas mis relaciones son erráticas porque soy incapaz de deshacerme de aquellas personas que no me quieren bien”.

“Como mis padres fueron autoritarios, me veo en el cementerio despidiéndome de un progenitor con el que nunca resolví los asuntos pendientes.”

“Como un amor adolescente me hizo tanto daño, arrastro tendencias suicidas”.

“Como uno de mis progenitores era un maltratador, o un alcohólico o un adicto al juego y mi vida fue un infierno a su lado, me autolesiono cuando estoy nervioso”.

“Como tuve una familia controladora que no me dio un ápice de libertad, ahora soy un adulto que no sabe tomar decisiones y que todas las inclemencias, caen como catástrofes irresolubles y soy un adulto incapaz de gestionar mis miedos.”

“Como mis educadores fueron implacables, injustos y odiosos, ahora soy un adulto que odia todo eso que representaron mis educadores.”

Si los adultos de hoy fuéramos más amables con la adolescencia, haríamos un mundo mejor, con menos adultos heridos llenos de rencor y miedo, y para lograr eso, creo que tendríamos que ejercer algunas costumbres:

Para empezar, deberíamos juzgar menos a nuestros adolescentes y tratar de entender lo que sienten.  Los adolescentes son icebergs. Vemos sólo la punta. No cuentan sus infiernos. Sólo tratan de vivir con ellos como pueden y no se lo confían a nadie a menos que se ganen su confianza.

Los padres y educadores deberíamos aprender a ganarnos la confianza de nuestros adolescentes y para ello tenemos que escuchar sin juzgar, sin ejercer esa autoridad de adultos acobardados que hace que todo se estropee.

Muchos adolescentes corren peligro y los padres no pueden ayudarles porque no conocen lo que les pasa a sus hijos, no saben que están siendo acosados en el colegio, o que se sienten solos, o que se están relacionando con un desconocido por internet que les llena los días de ilusión y sentido (depredadores  disfrazados de encantadores  que ellos no pueden ver si no es con los ojos experimentados de un adulto)… pero para poder prevenir y ayudar a nuestros adolescentes, debemos conocer ese impenetrable iceberg y para eso tenemos que ganarnos su confianza y la confianza se gana con respeto, con delicadeza, con escucha, con apoyo sincero, con verdaderas ideas útiles que aporten al niño seguridad en sí mismo.

Herramientas, no órdenes

Los niños necesitan disciplina, es cierto, pero los adolescentes necesitan herramientas para afrontar el mundo que les rodea. Es el momento de quitarse el disfraz de padres y hacer una transición de estrategias más cercanas donde el adolescente sea respetado y considerado como el adulto que va a ser y educar sin gritar.

Tenemos que proteger a nuestros adolescentes pero no tomando decisiones por ellos sino dotándoles de ayudas para que puedan afrontar lo que les pasa con más fortaleza, con un criterio propio que les permita discernir qué palabras o personas peligrosas apartar de su vida.

Tenemos que ser asertivos con ellos a la vez que les educamos en la asertividad y sobre todo, tenemos que darles a entender, que entran en un mundo de adultez donde dejamos de ser dioses para ser personas asustadas que intentamos resolver nuestras cuestiones como sabemos y que, aunque ellos entren en ese mundo, ahora están rodeados de compañeros, sus padres y educadores, personas de igual a igual que también tienen limitaciones como ellos pero que están dispuestos a ayudar.

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