El sistema de edición clásico, antes de que Internet irrumpiera en el escenario, ofrecía dos únicos canales de publicación posibles. Uno era la autopublicación donde era posible pagar a un impresor por crear el libro y el escritor era el corrector, el editor y el distribuidor y la segunda opción era el de tratar que un editor se fijara en tu obra para que ésta fuera publicada con mucha más capacidad de distribución. El editor se convertía, así, en una especie de filtro que decidía qué obras serían conocidas por los lectores y cuáles no.
Pero cuando un editor empieza a recibir cientos y miles de manuscritos diarios, sucede que le resulta imposible leerlos y publicarlos todos, así que empieza a generar un sistema arbitrario de selección de obras.
Intenta imaginarte que eres un editor que recibes cien manuscritos al día. Eso significa que tendrías que leerte cien libros al día y eso es imposible así que te lees la primera página de cada libro y con todo y con eso deberías leerte cien páginas al día. Entonces tienes que elegir un criterio de selección rápido.
Primero, eliminas los libros que no entran en tu criterio de edición, es decir, aquellos que son de temáticas que no eliges o que no tienen mercado. Después desechas los libros que contienen los fallos más evidentes: si una obra contiene errores ortográficos, se lee hasta el primer error y acto seguido se desecha.
Después se eliminan las obras que tienen un mal estilo narrativo. Eso es algo que se puede saber en la primera página.
Finalmente se deshecha aquellos principios que, aún estando bien escritos, con un buen estilo, son anodinos, lentos, que anuncian un recorrido literario con poca intensidad.
Pasado este criterio, se decide publicar y aún así no se tiene la garantía de éxito en el mercado.
Estos criterios se dejan muchos diamantes en bruto en el camino. Son muchas las veces que se conoce la historia de un escritor famoso con gran éxito que ha sido despreciado previamente por cientos de editoriales y sería bastante interesante saber por qué motivo despreciaron su manuscrito. En muchas ocasiones ni siquiera fueron leídos.
Ahora se puede publicar todo y un escritor puede ser autoeditor con más fortuna que antes. Pero eso no quiere decir que seamos conformistas con nuestra obra. Deberíamos ser tan exigentes como una editorial a la hora de publicar nuestro trabajo ¿por qué?
Te daré un argumento que espero que te convenza.
Una editorial que decide invertir en un escritor desconocido, se juego mucho, no sólo dinero. Tiene que emplear sus recursos de impresión, sus materiales, hacer trabajar a todos sus departamentos (corrección, edición, impresión, distribución, marketing…) debe invertir en la publicidad de ese libro sin saber la reacción exacta del mercado y, sobre todo, si por algún motivo el mercado rechazara el libro, y no sólo lo rechazara sino que lo odiara, su prestigio como editorial podría quedar en entredicho.
Si tú decides ser el editor de tu libro, lo que arriesgas es lo que tú eres, tu prestigio, tu presencia como escritor y, lo que es más importante, todos tus futuros trabajos, ya que un lector sólo da una oportunidad a un escritor. Si fallas, nunca volverás a ser leído. Si aciertas, aunque el siguiente libro fuera un desastre (que no debes permitirlo), seguirían leyéndote.
Por ese motivo deberías intentar que tu trabajo brille en todos los aspectos:
1. Ortografía impoluta
2. Estilo depurado
3. Historia con fuerza
En el curso «Cómo escribir una novela» desarrollamos estos tres aspectos